jueves

La autopista del norte

http://www.youtube.com/watch?v=aOcPY_oKcMg&feature=PlayList&p=B94889565D4F5AA7&index=15&playnext=5
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Cabe dentro de un sombrero la distancia en el océano, la lujuria y el tremendo desperfecto que sufre la ira dentro de un agujero. Por muy hondo que lo entierres siempre seguirá en el tedio, o en el lugar donde se coloque dicho sombrero.
Esta mañana, el esperpento despertó mi conciencia, antes incluso de ser consciente mi cabeza, bajó al supermercado y se encontró de camino a una pareja de rumanos; venían discutiendo sobre la fortaleza, sobre qué iban a comer y sobre el dolor de cabeza, (que es que, desde mi balcón se ve la central térmica y esta es la que expulsa su desidia a la atmósfera).
Subió la autopista del norte, camino de muralla y de coches, y vió el fuego uniforme al contacto con el aire, vió viciar la codicia del dinero que arde y olió la putrefacción que se crea en el residuo de mezclar conciencia con petróleo, vió lanzar al mar costumbres, y como de cualquier modo, pensaba llorar en su camino, ahora encontró motivos para desahogar su furia como si fuese todavía un niño.
Al final del camino, flanqueó los enormes tanques para llegar a algún sitio, y viendo que no podía, casi dándose por vencido, vislumbró un terraplen desconocido, donde pudo asomarse al mar y quedarse sorprendido.
La basura reclinaba al límite del olvido, las plantas trepaban por los azulejos ya amarillos, yeso, bolsas, zapatos y trozos de vidrio, y una angustia insolente se coló en mis bolsillos. Desde allí, se veía el puerto, negro, sucio, acaecido, y un par de barcos de carga esperaban su turno, parecián observar la salida de su propio humo, laminar el agua con arcoíris de plomo, azufre y gasóleo, y flotando en la distancia, la nubes enfadadas, agrietaban el horizonte con sus luminosas venas plateadas.
Respiré profundo y recordando el paseo, de casas viejas, de humedad discreta, de gente que duerme en la misma ladera de la autopista, cartones mojados y pobreza, rodeados de tanto agravio, de tanto capital desautorizado, aguanté la respiración entre esa sucia estación observando el fuego continuo y dió un salto inesperado que trepó por mi ombligo;
voló, lo cierto es que voló muy alto como cuando era un niño, y llovió la tormenta sobre el campo amarillo, regando de lágrimas la basura acumulada, los colores de vidrios en el agua, y la desdicha que sentía, al fin, fue calmada.
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